Te voy a contar de una hacienda que parece haber nacido entre la realidad y el sueño: la Hacienda de San Antonio, que en sus orígenes, allá por 1879, se llamó Hacienda de Santa Cruz. Su historia comienza con un viajero alemán, Don Arnoldo Vogel, y su esposa mexicana, Doña Clotilde Quevedo de Vogel, quienes vieron en las tierras frescas de Comala el lugar perfecto para un tesoro verde: el café arábica.

Dicen que aquel café tenía el aroma de las mañanas eternas y el sabor de un secreto bien guardado. Llegó tan lejos que se servía en el Waldorf Astoria de Nueva York y en las tazas de la familia imperial alemana. A tal punto llegó su fama que parecía que las montañas mismas protegían cada grano.

En 1904, como si fuera una obra salida de un cuento, se levantó un acueducto de piedra volcánica negra que no solo llevaba agua, sino que daba vida a la hacienda entera, encendiendo la maquinaria con el poder del agua.

Pero la historia se volvió más mística en 1913, cuando un rugido del volcán amenazó con borrar todo. Doña Clotilde rezó a su santo favorito, San Antonio, prometiéndole una capilla si el café y la hacienda sobrevivían. Y así fue. Desde entonces, cada 13 de junio, la capilla recibe a gente de todos lados que llega con música, danzas y plegarias, como si aún pudieran escuchar el eco de la promesa.

La Revolución Mexicana pasó como tormenta sobre muchas haciendas… pero esta fue salvada gracias a la astucia de los Vogel, que dieron comida y cobijo tanto a los revolucionarios como al ejército. Sin embargo, tras la muerte de Don Arnoldo en 1926, la fortuna se fue desmoronando hasta que, décadas después, la hacienda quedó casi en ruinas.

Entonces, como en toda buena historia, llegaron otros guardianes. El magnate boliviano Antenor Patiño la rescató en los años 70 y comenzó su restauración. Más tarde, el visionario Sir James Goldsmith la tomó bajo su cuidado, trayendo arquitectos, artesanos y artistas de todo el mundo para devolverle su alma. Se añadieron escaleras monumentales, terrazas para mirar el volcán, patios que parecen suspender el tiempo, y salones que respiran color y arte mexicano.

Hoy, la Hacienda de San Antonio es mucho más que un hotel de lujo. Es un santuario donde las montañas se reflejan en sus ventanas, donde las alfombras de Oaxaca guardan pasos de otros siglos, y donde, si escuchas con atención, puedes oír las historias que el viento trae desde el acueducto hasta la capilla.

Dicen que al caer la noche, el perfume del café antiguo se mezcla con el sonido lejano de las campanas… como si Don Arnoldo y Doña Clotilde aún caminaran por sus pasillos, vigilando que cada piedra conserve su historia.

Por eso Comala es un Pueblo Mágico que te invita a regresar.

Fotografías de Juan Madrigal

Esto es una narración es inspirada en dichos y narraciones de la gente, algunos personajes fueron creados para dramatización y a otros se les cambió el nombre para guardar sus secretos, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.